Dóberman
Mi nombre es Lydia y, aunque ahora podáis escucharme, me arrebataron la vida desde mi más tierna infancia; mis propios padres se encargaron de ello. Tuve que soportar las humillaciones, vejaciones e insultos de un padre alcohólico; la incomprensión de una madre que me hizo partícipe, cuando aún era yo demasiado niña, de sus conflictos con su marido y con el mundo entero; y a un hermano, siempre ausente y distante, que se puso de parte de todos aquellos que nos humillaban e insultaban. ¿Podría ser peor? Pues sí. Cuando era adolescente tuve que aguantar en mis carnes —y en mi mente— uno de los mayores crímenes que se puede realizar contra una mujer: la violación. Maldita la hora en la que un desconocido aprovechó para acabar de destrozarme la vida. Desde entonces, ya nunca fui la misma persona. Esta es la historia de un pájaro libre que empezó a morir en la infancia y acabó sucumbiendo en su adolescencia. Pero algunas veces tienes que morir para luego resurgir como el ave fénix.