J. Antonio Jiménez Ayala
Los ojos infinitos del amor, los barcos zarpando al amanecer, la noche que gime y tiembla en las alcobas, la luz, los campos perfumados de Luoyang, los silencios. El laberinto de la herrumbrosa memoria, un profundo pozo de agua clara, el bulevar de la soledad, el arte de la fuga. El viento que esparce el perfume de la flor de los arrayanes, la lluvia que azota la ciudad y los andenes donde aguardamos el paso incierto de los trenes, Ulises regresando a Ítaca. Y al fondo, en la lejanía, un distante perro que ladra a nuestro paso en la anochecida y nos recuerda que existimos.