Juan de Dios Olías
En esta novela, el autor introduce al lector en el siempre peculiar mundo de los soldados de fortuna, igualmente denominados, si empleamos un lenguaje propio del medievo, mesnaderos y hasta, ¿por qué no?, almogávares —¡Desperta ferro!— del siglo XX. La acción comienza en el suroccidente africano, Namibia y Sudáfrica, para irse trasladando por casi todo el continente en la implacable lucha emprendida contra los piratas del golfo de Adén, el narcotráfico español, que ha mudado parcialmente su escenario, y las facciones africanas de Isis y Dáesh, que asolan todo país donde plantan su bandera. Tampoco podían faltar las historias de amor, ya que una novela sin ese eslabón parecería inconclusa. En el caso del protagonista, aparecen dos. La primera, un bellezón afrikáner, bióloga marina, que juguetea con los grandes blancos, lo que provoca en él un inevitable complejo de jurel. La segunda, un lebrel sudanés de orejas inhiestas, quizás el último vestigio del primigenio tessem, como los naturalistas de finales del siglo XIX dieron en llamar al perro que descubrieron pintado en numerosos abrigos de Argelia, Libia, Chad, Níger y Mali, auxiliando en sus cacerías a los habitantes de la entonces fértil sabana sahariana.